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Quo Vadis ¨libertad de prensa?

Esta es un copia del texto aparecido en el editorial de El Correo Gallego del pasado 8 de mayo firmado por su directo, José Manuel Rey Nóvoa.

Mucho ha llovido desde que en los albores de la Transición el líder de los comunistas, Santiago Carrillo, hiciese famosa su sentencia: “El capital tiene la prensa; nosotros tenemos los periodistas”. 35 años después, el poder político podría decir: “El pueblo tiene la prensa, yo tengo las empresas y los periodistas”. Suena fuerte, puede parecer algo fuera de lugar al inicio de esta campaña electoral, casi un exabrupto. Sin embargo, es la cruda realidad.

Y es así porque desde hace años la conjunción de tres factores; ambición sin límites de la clase política, inacción de una sociedad civil adormecida y la sumisión de empresas y periodistas, lo que ha derivado en la crisis más angustiosa que se recuerda en el sector, agravada por otra crisis, la económica, que nos está destruyendo a pasos agigantados. Hemos llegado a cotas tan alarmantes que es preciso gritar al mundo, ¡basta ya!

La degradación de la libertad de prensa es como una película de terror. Se atenta todos los días y a todas horas contra un bien vital en un Estado de Derecho, fundamental en la vida de todos. Sin ella un país no puede más que llorar por la democracia perdida. El poder olvida que su trabajo sólo se legitima si existe un contrapoder, el de la prensa, regulador de abusos y corrupciones. Es el que nos corresponde ejercer a los profesionales del periodismo y a las empresas que apuestan por defender esa libertad por encima de intereses económicos o de clase.

El poder no puede imponer sus leyes basadas en la restricción sistemática de la libertad a las empresas y a sus plantillas. Es inadmisible que las imágenes de un mitin tengan que ser forzosamente las que envían a las televisiones los partidos políticos. Es intolerable que un gobierno imponga por ley a las empresas privadas informar con minutaje tasado, de forma gratuita, en favor de la dictadura partidaria. Es insultante que se convoque a los periodistas a una rueda de prensa sin preguntas. Y es peor, dramáticamente peor, que esa clase dirigente a la que se le llena la boca con la sacrosanta palabra libertad utilice sus recursos, que son de todos, para tapar bocas a las que si no se pliegan a sus deseos condena a morir de hambre.

El sector de la comunicación, con todos los respectos a los demás, no es como el naval, el lechero o el motor, a los que se destinan cuantiosos recursos sin que nadie se rasgue las vestiduras. Nosotros, El Correo Gallego, todo el grupo multimedia que como una hormiga laboriosa hemos creado, año tras año, con infinito trabajo, tesón y mucho sacrificio, y con nosotros todos los demás medios informativos que formamos el universo de lo que debería ser la prensa libre, no deberíamos tener que mendigar ayudas institucionales. Deben ser los responsables políticos quienes las regulen y otorguen, simplemente porque estamos prestando un servicio público de interés para el ciudadano que ningún otro sector cumple.

Es verdad que creamos puestos de trabajo, como los demás, pero nos diferenciamos del resto en que nosotros cumplimos una función social. Somos garantes de la solvencia de un sistema democrático que resultaría amputado, sino descuartizado, si desapareciésemos del mapa. Que quede meridianamente claro: sin una prensa libre un país se convierte en una dictadura. Sin pluralismo informativo todas las demás libertades se resquebrajan. En esta hora crucial, si no disponemos de apoyo público sin pedir nada a cambio, tendremos que decir, adiós; adiós al sueño de la libertad.

No entendemos por qué algunos medios hipócritas denuncian como algo ilegítimo los convenios que se establecen entre instituciones y empresas periodísticas, ni a otros editores cínicos que presumen de independencia y son los que más recursos obtienen del poder político. Mucho menos a los que detentan las más altas responsabilidades en los órganos de gobierno y deciden qué medio debe sobrevivir y cuáles les gustaría que desapareciesen.

Esta es una etapa de especial relevancia para quienes queremos dar un testimonio de amor a nuestra profesión. No asistiremos al esperpento de las ruedas de prensa sin preguntas; no emitiremos las imágenes impuestas por los partidos políticos y sí las que realicen nuestros profesionales; no nos dejaremos avasallar. Y no tenemos porque renunciar al legítimo derecho a firmar convenios con instituciones públicas que respeten nuestro criterio e independencia.

Exigimos respeto. Reclamamos dignidad. Nunca nos rendiremos. Vamos a continuar ejerciendo el sagrado deber de informar a los ciudadanos con rigor, veracidad e independencia, aunque tengamos que padecer con sangre, sudor y lágrimas.

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