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Periodismo intoxicado, periodistas asfixiados

Los periodistas peruanos han vivido sus horas más tensas durante la celebración de la última campaña electoral presidencial en el país. Han sufrido la decepción, la impotencia, la valentía, la rabia y hasta el dolor físico. Las posiciones editoriales de las empresas periodísticas abandonaron las páginas de opinión para trasladarse a las secciones informativas y convertirse en verdaderas plataformas de propaganda a favor de uno u otro candidato, poniendo así de manifiesto la cara más amarga de un oficio que, por meses, olvidó su razón de ser: mantener informada a la ciudadanía a la que se se deben.

Las cifras evidencian las situación; seis periodistas despedidos, diez obligados a “renunciar”, dos programas de radio cancelados y media docena de agresiones físicas contra profesionales de la información. A esto hay que sumar la reaparición de amenazas cobardes para tratar de silenciar a los medios de comunicación, como el envío de coronas fúnebres a la redacción de uno de ellos para condicionar su cobertura informativa.

El miedo, siempre, como herramienta para torcer voluntades, para impedir que se levante la alfombra política y para disuadir a quienes se atreven a remar contracorriente. El tema le explotó en la cara al gremio y a la ciudadanía con el mediático despido, en Lima, dePatricia MonteroyJosé Jara, deCanal N, la cadena de televisión por cable que durante el año 2000 se erigió como la única ventana independiente y crítica con la autocracia fujimorista. Por entonces, todos los medios que emitían en abierto habían sido secuestrados (o comprados, por decirlo con mayor propiedad) para imponer una voz unísona que definiera la agenda de todo el país: ¿el pecado de los periodistas?. Haber “humanizado” a uno de los candidatos en sus coberturas.

Con el mismo guión, y probablemente el mismo libretista, cuando la campaña alcanzaba su punto álgido, la cadena de televisiónFrecuencia Latinadecidió prescindir de los servicios de un productor periodístico y tres reporteros del programaPunto Final, bajo el tristemente conocido argumento de “proceso de reestructuración” del programa. Don de la oportunidad, le llaman.

En otras “tiendas” periodísticas, entiéndase la acepción como “casa, puesto o lugar donde se venden al público artículos de comercio al por menor”, la polémica la constituían las renuncias de dos trabajadores del periódicoPerú 21, matutino del conglomerado mediáticoEl Comercio, cuya dimisión se quiso desvincular de la estrenada línea editorial del mismo.

En el interior del país se sufrieron casos similares. Cinco periodistas “renunciaron” a sus puestos de trabajo enRadio Líder, en Arequipa y en la filial deAmérica Televisión,en Huancayo y se clausuraron dos programas de radio en las localidades de Tarapoto y Jaén. El diagnóstico de todos los casos presentaba la misma conclusión: periodistas que se resistieron a alentar desde la tribuna periodística a una de las candidaturas a la Presidencia, en este caso la fujimorista, y que perdieron su trabajo por ello. El conglomerado de empresas mediáticas, que bailó al mismo compás, fracasó en las urnas.

Les ha tocado a los trabajadores de los medios sobrevivir al malestar existente ante instrucciones verticales para que se publiquen informaciones parciales en favor de una determinada candidatura, silenciando las de sentido contrario, bajo la amenaza de la toma de represalias por parte del empresario por un lado y la agresión por parte del militante de a pie del partido, por otro.

Esta situación inició el debate en el seno de las redacciones sobre si era más digno marcharse o resistir en el puesto de trabajo, a la espera de la nota de despido; “¡renunciar nunca, rendirse jamás!”, se empezó a oía en los pasillos de algunas redacciones. Otros no podían más. El componente adicional fue la guerra desatada entre periodistas, a través de las redes sociales, a favor o en contra de una u otra candidatura suplantando algunos a sus propios jefes de campaña en esas defensas militantes. Una toma de partido que ahogó cualquier recuerdo lejano de la añorada objetividad de la que nos hablaban hasta el cansancio en las facultades.

La campaña ha terminado. Toca recordárselo a algunos medios y periodistas que se quedaron congelados en la confrontación.Debemos entonar elmea culpay volver al punto de partida. Recordar que nos debemos a quienes nos leen, nos oyen o nos ven, no a quienes anuncian y mucho menos a quienes gobiernan. Debemos tener claro que el mayor enemigo de la prensa independiente en Perú es la intolerancia, constatada en las cifras de periodistas agredidos y que se enfrentan a múltiples denuncias interpuestas por las autoridades. Esta es, sin duda, nuestra peor carta de presentación en contexto internacional. Del debido respeto a la libertad de expresión, en este país, no se habla.

ZULIANA LAÍNEZ, secretaria general de la Asociación Nacional de Periodistas de Perú


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