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Maldito parné

Aurelio Martín

La difícil situación económica por la que atraviesan los medios de comunicación no sólo se está pagando con cierres, paro o precariedad en el empleo, sino que la facilidad que da el dinero para aprovecharse del débil está corroyendo las bases del periodismo con censura, autocensura y un predominio claro del interés económico sobre el informativo, de la comunicación por el periodismo. Las empresas, a la desesperada, caen en brazos de quien ingresa en caja, por poco que sea, mientras que el poder -los poderes-, nunca ha visto momento más propicio para hincarle el diente a una prensa frágil. Cuando no está el gato, bailan los ratones, dice el refranero popular.

A finales del pasado siglo XX, los editores acostumbraban a insistir en que la fortaleza económica era la garantía de la independencia de un medio, lo que facilitaba el despliegue de la crítica o la posibilidad de investigar casos sin ninguna cortapisa. Hoy, las cuentas de resultados han superado el nivel de alarma, y el dinero manda más que nunca, incluso para poder refinanciar deuda, sin que haya aparecido un modelo industrial de futuro y, lo que es más duro, sin que nadie se preocupe por echar un salvavidas a un sector clave en la vida de una democracia.

Pero no sólo los grandes se ven afectados por este virus expandido por la crisis, empresas y administraciones autonómicas, provinciales y locales quieren controlar los medios, donde los miembros de los departamentos de publicidad se han hecho los reyes sobre redacciones noqueadas y donde ya no hay diferencia entre comunicación, institucional o comercial, y periodismo.

Por ejemplo, hace pocos días, la foto de portada de un periódico local estaba dedicada a la actividad de una empresa privada, adjudicataria de un servicio público, que ha acumulado cientos y cientos de quejas de usuarios, en la mayoría de los casos sin respuesta. No pasa nada por huir de la realidad si hay una campaña de por medio. Claro que también es difícil escuchar alguna crítica en las cadenas de emisoras de determinados grandes almacenes o empresas de alimentación.

Como haya un miembro de un gobierno autonómico en una capital, ya se pueden ir olvidando otros protagonistas del día, incluso informaciones de relieve, aunque sea un Premio Nobel, que manda la corbata del político, dispuesto a vender la misma moto por quinta vez consecutiva. El mismo servilismo se mostrará a alcaldes o presidentes de diputación, quienes, en general, reparten la publicidad institucional comenzando por los más afines y con opacidad, sin transparencia.

No hay dirección periodística sólo gerencial, ni debates en las mesas de redacción por jerarquizar la información en función de su calidad, exclusividad y contenido, ya lo resuelven las cifras: ubicación en página en función de lo que pague el protagonista de la noticia.

De esta forma se ha ido entrado en una extraña espiral, los medios se echan en los primeros brazos que se acercan, a cambio de sobrevivir, pero se olvidan de su papel de servicio al interés general y, por consiguiente, dejan de conectar con los lectores, y van perdiendo ventas. Quizá se deban volver a plantear la frase de aquel redactor jefe que insistía en que, si no se sabe qué hacer, pues ¡hagan periodismo! Para sobrevivir o morir con dignidad, al menos.

En una reciente intervención pública, un responsable de un periódico nacional, tras advertir que no tenía nada contra ningún sector de la producción, lamentaba que el Gobierno desplegara toda su capacidad diplomática cuando surge un problema que afecta a un grupo de pescadores y no sea capaz de arbitrar medidas que hagan viables las empresas periodísticas porque, a su juicio, el poder político prefiere que las empresas malvivan, que vayan 7.000 periodistas a la calle en el último año, para que haya “medios adocenados, débiles y vulnerables”. “La independencia”, añadió, “que no es otra cosa que tener capacidad de decidir libremente, cuesta dinero, los débiles son más vulnerables, necesitamos encontrar un modelo industrial”.

Hay ejemplos en otros países donde, incluso alguno de los grandes medios del mundo anglosajón, han decidido recurrir al crowdfunding o financiación colectiva, para pagar los gastos de un equipo de investigación, en torno a las 230.000 euros, cuando tampoco los medios públicos cumplen con su papel; y, por cierto, reducidas las aportaciones estatales, son los primeros que participan en la carrera de la comunicación versus periodismo.

La sociedad desde todos los ámbitos, actúa de manera poco crítica hacia los medios, a los que, en gran medida, también utiliza como soporte de mensajes, cuando le resulta necesario, desde equipos de fútbol a asociaciones micológicas. Cuando cierra un periódico se escuchan miles de lamentos, que si se hubieran traducido en visitas al kiosco para comprar un ejemplar, seguro que el medio seguía en la calle. Muchos ciudadanos, que bastante tienen con la que cae, no entienden muchas veces a los medios como un bien común, sino como su plataforma de propaganda, a la que se pide que sea crítica, pero con los demás. Y, ahora, por supuesto, todo gratis…

Desde el colectivo profesional, a través de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE), se viene sosteniendo que los poderes se benefician del desmantelamiento de las redacciones y de la reducción drástica de salarios de los que se quedan, ya que tienen mayores posibilidades de presionar. Los periodistas no han renunciado a su misión de control de los poderes, son los medios los que lo han hecho, subraya esta organización. El miedo ha caído sobre las redacciones tras la aplicación de despidos y EREs. Si se añade la expulsión de los periodistas más experimentados y con mejores fuentes, la hipotética capacidad de resistencia a las presiones de los informadores queda en manos de gente sin experiencia, mal pagada, con contratos precarios. Ha dejado de haber resistencia.

Así pues, hay que seguir trabajando para defenderse de los ataques de los poderes, a través de un modelo industrial sostenible, que está por definir, con el fin de que el periodismo puede sobrevivir. Hay que comenzar por hacer público el diagnóstico y pedir reflexión. De momento, como dice la copla, el maldito parné es la crucecita que se lleva a cuestas…

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