Me decido a escribir este comentario motivado, primero, por la indignación que me ha producido el comportamiento de algunos compañeros en el ‘asalto a la Pantoja ’, del que la tonadillera salió hasta con el vestido casi hecho jirones a raíz de su comparecencia en el juzgado del ‘caso Malaya’; segundo, por mi propia convicción acerca de la necesidad de que los periodistas nos hagamos una severa autocrítica, ya que no en vano nos hemos convertido, supongo que por méritos propios, en la tercera profesión más desacreditada, según la unanimidad de las encuestas. Y, finalmente, me ha impulsado a escribir estas líneas una interesante conferencia de la presidenta de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE), Elsa González, denunciando algunos de los males que aquejan a esta maravillosa, pero tan zarandeada, profesión.
No lo comentaré, porque sé que se hace en otro sitio, pero sí diré que lo de Elsa fue un aldabonazo importante; pero, como era de esperar, fue una voz que clamaba en el desierto. Y es que la devastación resulta excesivamente amplia y la autocrítica demasiado restringida. Claro, ni todos los fenómenos que Elsa citaba pueden situarse en el mismo plano ni podrían sacarse unas mismas conclusiones del asalto de unos paparazzi a una fuente de información, como lo era Isabel Pantoja ante el juzgado, que de la telebasura que denigra la dignidad de tantos en tan poco tiempo. Ni pueden meterse en el mismo saco ciertas tertulias radiofónicas o televisivas y el servilismo de algunos importantes medios, sometidos a quien manda en una comunidad autónoma.
Son casos distintos y distantes, por supuesto. Pero hay algunos elementos que todo lo unen: el principal de ellos, la información, que es el bien más preciado por la persona tras la vida y la integridad física. Porque información, ya se sabe, es poder…
Noticia: lo que alguien quiere silenciar
Y ese poder que es la información corre el riesgo de caer en muy malas manos: sobre todo, aunque no solo, en las de la ignorancia. Hace tiempo acuñé, en un intento de resumir algunos de los males que sufrimos quienes nos dedicamos a la teóricamente heroica tarea de informar, el término generación Google: quería definir ese cierto abandono que tantos profesionales, de nuevo y no tan nuevo cuño, hacen del periodismo presencial e investigador. El por otra parte utilísimo buscador no puede suplantar, aunque muchas veces lo haga, al eterno husmear personal e individual en la noticia, al mirar desde el propio prisma lo que ocurre. Una práctica clásicamente ajustada en la frase de Lord Northcliffe “noticia es todo aquello que alguien no quiere que se publique; lo demás es publicidad”. O hagiografía. O peloteo. Y la noticia solamente se consigue cuando el periodista la rastrea. Lo otro es…Ya se sabe: lo que alguien sí quiere que se publique. O sea, pura publicidad.
La situación, desde este punto de vista, no es buena: son demasiadas las facilidades que, desde los partidos, las instituciones, las empresas, llegan a la mesa del periodista: te ofrecen los textos, los vídeos y hasta las reacciones a esos comunicados. El periodista no tiene sino que cortar y pegar, lo que es, desde mi punto de vista, el inicio de todos los males: ¨dónde queda el papel del informador? Uno de mis maestros, el fallecido Valerio Lazarov, me decía que mucho más importante que el núcleo central de la noticia es su periferia: no la rueda de prensa, sino lo que ocurre antes y después de ella. Y enterarse de lo que ocurre en esa periferia es imposible si el informador no está allí, mirando y constatando. Si no hay presencia del testigo-periodista, lo que se publique será lo que quiera quien haya logrado colocar esa información en el buscador de que se trate. Una noticia-Google, es decir, una noticia incompleta, cuando no, por ello mismo, falaz…
El ‘periodismo espectáculo’
Lo que no quiere decir que lo antedicho sea el compendio de todos los males. Hay muchos más, no propiciados, desde luego, por los buscadores en Internet: desde ese periodismo-espectáculo, al que nos arrastran en algunos programas televisivos, hasta la irrupción, no siempre bien comprendida, de las nuevas tecnologías en la comunicación. Pasando por la politización excesiva, el seguidismo ante el poder, los compromisos de las empresas con determinados intereses, incluyendo algunos, muchos, publicitarios… Simplemente, he querido poner el foco, en este comentario limitado por el espacio, en eso que yo llamo la generación Google, porque es lo más nuevo. Pero los otros vicios, los eternos, siguen ahí.
Creo que los periodistas, comenzando por los recién llegados –algunos veteranos puede que ya no tengamos arreglo–, han de reflexionar sobre su papel en la sociedad. Un papel ahora demasiado dependiente, a veces fascinado por lo nuevo –blogs, periodismo ciudadano–, que no acabamos de asumir, y en ocasiones excesivamente pegado a lo de siempre, a lo que tiene forzosamente que evolucionar. Y tantas veces ligado a la dócil aceptación de lo-que-alguien-quiere-que-contemos.
Se preguntaba Elsa González, al final de su conferencia en el Foro de la Nueva Comunicación, si realmente la sociedad española nos necesita (a los periodistas de aquí y ahora) para estar informados. Personalmente, prefiero no aventurar una respuesta. Usted ¨qué cree?
No lo comentaré, porque sé que se hace en otro sitio, pero sí diré que lo de Elsa fue un aldabonazo importante; pero, como era de esperar, fue una voz que clamaba en el desierto. Y es que la devastación resulta excesivamente amplia y la autocrítica demasiado restringida. Claro, ni todos los fenómenos que Elsa citaba pueden situarse en el mismo plano ni podrían sacarse unas mismas conclusiones del asalto de unos paparazzi a una fuente de información, como lo era Isabel Pantoja ante el juzgado, que de la telebasura que denigra la dignidad de tantos en tan poco tiempo. Ni pueden meterse en el mismo saco ciertas tertulias radiofónicas o televisivas y el servilismo de algunos importantes medios, sometidos a quien manda en una comunidad autónoma.
Son casos distintos y distantes, por supuesto. Pero hay algunos elementos que todo lo unen: el principal de ellos, la información, que es el bien más preciado por la persona tras la vida y la integridad física. Porque información, ya se sabe, es poder…
Noticia: lo que alguien quiere silenciar
Y ese poder que es la información corre el riesgo de caer en muy malas manos: sobre todo, aunque no solo, en las de la ignorancia. Hace tiempo acuñé, en un intento de resumir algunos de los males que sufrimos quienes nos dedicamos a la teóricamente heroica tarea de informar, el término generación Google: quería definir ese cierto abandono que tantos profesionales, de nuevo y no tan nuevo cuño, hacen del periodismo presencial e investigador. El por otra parte utilísimo buscador no puede suplantar, aunque muchas veces lo haga, al eterno husmear personal e individual en la noticia, al mirar desde el propio prisma lo que ocurre. Una práctica clásicamente ajustada en la frase de Lord Northcliffe “noticia es todo aquello que alguien no quiere que se publique; lo demás es publicidad”. O hagiografía. O peloteo. Y la noticia solamente se consigue cuando el periodista la rastrea. Lo otro es…Ya se sabe: lo que alguien sí quiere que se publique. O sea, pura publicidad.
La situación, desde este punto de vista, no es buena: son demasiadas las facilidades que, desde los partidos, las instituciones, las empresas, llegan a la mesa del periodista: te ofrecen los textos, los vídeos y hasta las reacciones a esos comunicados. El periodista no tiene sino que cortar y pegar, lo que es, desde mi punto de vista, el inicio de todos los males: ¨dónde queda el papel del informador? Uno de mis maestros, el fallecido Valerio Lazarov, me decía que mucho más importante que el núcleo central de la noticia es su periferia: no la rueda de prensa, sino lo que ocurre antes y después de ella. Y enterarse de lo que ocurre en esa periferia es imposible si el informador no está allí, mirando y constatando. Si no hay presencia del testigo-periodista, lo que se publique será lo que quiera quien haya logrado colocar esa información en el buscador de que se trate. Una noticia-Google, es decir, una noticia incompleta, cuando no, por ello mismo, falaz…
El ‘periodismo espectáculo’
Lo que no quiere decir que lo antedicho sea el compendio de todos los males. Hay muchos más, no propiciados, desde luego, por los buscadores en Internet: desde ese periodismo-espectáculo, al que nos arrastran en algunos programas televisivos, hasta la irrupción, no siempre bien comprendida, de las nuevas tecnologías en la comunicación. Pasando por la politización excesiva, el seguidismo ante el poder, los compromisos de las empresas con determinados intereses, incluyendo algunos, muchos, publicitarios… Simplemente, he querido poner el foco, en este comentario limitado por el espacio, en eso que yo llamo la generación Google, porque es lo más nuevo. Pero los otros vicios, los eternos, siguen ahí.
Creo que los periodistas, comenzando por los recién llegados –algunos veteranos puede que ya no tengamos arreglo–, han de reflexionar sobre su papel en la sociedad. Un papel ahora demasiado dependiente, a veces fascinado por lo nuevo –blogs, periodismo ciudadano–, que no acabamos de asumir, y en ocasiones excesivamente pegado a lo de siempre, a lo que tiene forzosamente que evolucionar. Y tantas veces ligado a la dócil aceptación de lo-que-alguien-quiere-que-contemos.
Se preguntaba Elsa González, al final de su conferencia en el Foro de la Nueva Comunicación, si realmente la sociedad española nos necesita (a los periodistas de aquí y ahora) para estar informados. Personalmente, prefiero no aventurar una respuesta. Usted ¨qué cree?