Joaquim Ibarz (Zaidín, 1943) fue un maestro, “aunque maestros no quedan”, se lamenta Maruja Torres al recordarle mientras denuncia que sobra “gente que va dando lecciones sobre el periodismo del futuro, el futuro del periodismo, el periodismo sin futuro y el futuro sin periodismo”. “Ruido”, cataloga.
Jacobo G. García, corresponsal de la cadena COPE y colaborador del periódico El Mundo en México, tuvo suerte de toparse con uno de esos profesionales en extinción, con uno de esos maestros. “No tenía ni blog ni Facebook ni Twitter sino memoria, conocimiento directo y amigos en cada esquina”, evoca en Joaquim Ibarz, un periodista de los de antes, texto donde le rinde homenaje y que publicamos a continuación.
Quim, como se le conocía en la profesión, fue durante 25 años el contador de historias de aquel otro lado del charco, la memoria decana en América Latina. Una larga trayectoria como corresponsal en el continente le otorgó un sitio preferente en la galería de maestros, quizá uno de los que mejor supo combinar pasión y experiencia hasta su muerte el 12 de marzo pasado, según aprecia Jacobo G. García en su recuerdo.
Joaquim Ibarz,
un periodista de los de antes
El periodista Jacobo G.García rinde homenaje al veterano corresponsal de La Vanguardia, decano de los periodistas españoles en América Latina
Corresponsal de la cadena COPE y colaborador de El Mundo en México
Corren malos tiempos para todo lo que era como antes. Para periodistas como los de antes, para reportajes como los de antes, para coberturas como las de antes y para lectores como los de antes; los que exigen, los que necesitan, más de 140 caracteres. Y corren malos tiempos si encima no está Joaquim Ibarz para contarlo. Porque Quim Ibarz estaba tallado en la vieja escuela. No tenían ni blog ni Facebook ni Twitter sino memoria, conocimiento directo y amigos en cada esquina. Amigos que esperábamos a que desembarcara para reunirnos frente a una mesa y devorar sus relatos como si fuera Marco Polo recién llegado de Oriente.En la imagen, Jacobo G.García con Joaquim Ibarz en Haití.
Entonces, de su maleta salían máscaras de Perú, huipiles de Guatemala, estucos de Bolivia, pinturas naïf de Haití y un sinfín de anécdotas y vivencias con ministros o campesinos.
Llegó en 1982 a un México desde donde se transmitía por télex y los teléfonos eran indecentes. Una región donde se dictaba más que escribía, y donde las fotos urgentes llegaban gracias a una monja que salía de Managua hacia Madrid. De aquella etapa aprendió a enviar sus crónicas a gran velocidad desde los lugares más inverosímiles a lo largo de 25 años como corresponsal en América Latina para el diario La Vanguardia.
Único periodista español que ha ganado el Premio Moors Cabot de la Universidad de Columbia, le llamábamos El Director o El Virrey. Era el hombre de referencia para las nuevas y las viejas generaciones que gozaban escuchando lecciones de periodismo en cada frase; “A los presidentes hay que conocerlos antes de llegar al poder, cuando no son nadie”.
“En las ruedas de prensa hay que ponerse delante del todo, el primero, para que teenteres, para que te dejen preguntar y para que te vean”, repetía. Y entonces hablaba de las tropelías de Noriega en Panamá, de los abusos de los sandinistasen Nicaragua, uno de sus grandes desengaños, de la tiranía de Fidel Castro en Cuba, de las ilegalidades de Uribe en Colombia, del golpe de Estado de Fuji Mori o de la deriva totalitaria de Chávez en Venezuela, cuando aún era la esperanza del continente.
“Llevo 28 años dando tumbos por este lado del mundo y no me puedo quejar; jamás me han fallado las noticias”, decía. A los que le pedían que escribiera un libro sobre los años en la América Latina que tanto amó, y por donde han sido esparcidas sus cenizas, contestaba que lo titularía: “Esto no tiene remedio”.
Todos lo vimos disfrutar en Haití subido a una moto a través de un devastado Puerto Príncipe sin importarle los baches, el polvo, el humo, el hedor o el aire envenenado de la capital. Era un becario de 68 años y su única obsesión la noticia. Tenía un gran amor por la vida y logró reunir una gran colección de amigos convertidos, gracias a él, en una familia a muchos kilómetros de casa. Pocos meses después del terremoto, ya en la cama de un hospital de México, un día susurró: “Sabes, yo tenía que haberme muerto en Haití, no aquí en una cama”. Fue la declaración de amor más bonita que se puede hacer a una profesión y a una forma de vida. En definitiva, un periodista de los de antes.
* Joaquim Ibarz es XXV premio de Periodismo Cirilo Rodríguez y XXVII premio Cirilo Rodríguez de Honor, a título póstumo