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Ha fallecido Ramón Lobo, periodista y escritor

El pasado 30 de septiembre, recogía en Brihuega (Guadalajara) el X Premio Internacional de Periodismo “Cátedra Manu Leguineche”.  Con motivo de su muerte, publicamos íntegro el discurso que el desaparecido corresponsal de guerra pronunció al recibir su galardón:
Ramón Lobo recibe el X Premio de Periodismo "Cátedra Manu Leguineche". En el escenario, con el alcalde de Brihuega, Luis Viejo; el presidente de la Diputación de Guadalajara, José Luis Vega; y el vicerrector del Campus de Guadalajara de la Universidad de Alcalá, Carmelo García

Ramón Lobo recibe el X Premio de Periodismo “Cátedra Manu Leguineche”. En el escenario, con el alcalde de Brihuega, Luis Viejo; el presidente de la Diputación de Guadalajara, José Luis Vega; y el vicerrector del Campus de Guadalajara de la Universidad de Alcalá, Carmelo García

Rosa (Leguineche), familia y amigos de Manu, señoras y señores, autoridades:

Aunque creo que lo he dicho al revés. Sigo suspendiendo en protocolo después de responder al presidente de la Diputación de Guadalajara, que me informó por teléfono de la concesión de este maravilloso premio, con un: “tío, estoy emocionado”. Podría haber sido peor. La emoción procedía de lo inesperado de la concesión y por el nombre de Manu Leguineche, un referente.

Manu tenía 14 años más que yo, casi una generación. Le tocó crecer en lo más duro de la postguerra. Mandaban el miedo, el silencio, el hambre y una grisura ambiental que no ha terminado de irse, permanece como amenaza en España, en Europa y en EEUU, que galopa hacia un gobierno autoritario en enero de 2025. Estamos presos en una rueda de hámster sin aprender las lecciones de la historia.

1870, 1914, 1940 son tres fechas que marcaron a mi familia francesa, belga y luxemburguesa.

La UE ha servido al menos para que los alemanes dejen de invadir a sus vecinos.

Acabo de regresar de un viaje de tres semanas por mis raíces europeas en Normandía en busca de la patria perdida de la infancia, como decía Manu. Él era de los alrededores de Bilbao. Yo nací en un campo petrolero de la Shell junto al lago Maracaibo, en Venezuela, de padre falangista y madre británica que había trabajado en la oficina secreta del general De Gaulle en Londres, que dirigía parte de la Resistencia en Francia. ¿Cómo acabaron juntos? El amor, supongo.

Siempre me gustó decir que era hijo de exiliados, algo que molestaba a mi padre. Tal vez fue esa inclinación a molestar, además de ver, escuchar y contar, la que me llevó al periodismo.

Antes de periodista quise ser misionero y astronauta. Lo mío era viajar.

Debo mucho a mucha gente, pero hay una persona clave. Llegó a mi vida por casualidad, cuando tenía 15 o 16 años. Era el padrastro de una amiga de la pandilla. Se llama Bernardo Arrizabalaga, vizcaíno y periodista que se inició en El Norte de Castilla de Miguel Delibes, donde debió coincidir con Manu. Aún vive, tiene 99 años. Él me enseñó a leer con orden y a reflexionar. Empezamos por Muerte en Venecia, de Thomas Mann.

Sé que este premio está asociado a la Universidad de Alcalá de Henares, otro privilegio, como el que me concedió la Universidad Miguel Hernández de Elche al investirme doctor honoris causa en enero de 2020. No está nada mal para un pésimo estudiante. Repetí tres cursos, uno por etapa: Primaria, Bachillerato elemental y Bachillerato superior. Y pudieron ser más. Descubrí que saber era divertido en el internado de Izarra, otra conexión vasca. Fue un año apasionante, transformador.

En 1980, durante la “mili”, obligatoria entonces, hice algunas prácticas en el Heraldo de Aragón. Me enviaron a entrevistar al profesor Leandro Rubio, experto en Asia central. La URSS acababa de invadir Afganistán. No paró de hablar durante dos horas, de enseñarme libros, revistas y mapas. Cuando terminó le pregunté: ¿qué hay que hacer para saber tanto? “Tener claro el marco, lo demás son perchas”. Fue una lección de periodismo y de vida.

Manu era tan diferente en su forma de trabajar y escribir, y de emprender, porque también creó y dirigió medios -Fax press y Colpisa-, que parecía extranjero. Era nuestro Kapuściński. A ambos los tuve como referentes, como he tenido también a los corresponsales de guerra Ernie Pyle y Martha Gellhorn. “No puedo escribir sobre la gran película -decía Pyle- porque no sé nada de la gran película, solo puedo escribir de hombres que están cansados, sucios, que tienen miedo y hambre y que desean seguir con vida”. Pyle era el periodista de los detalles: podía narrar una batalla desde los restos de una vaca enganchada en unos espinos.

Gellhorn nos regaló mucho: compromiso, valentía y rigor. Se disfrazó de enfermera el D-Day para estar en un buque hospital, lo más cerca posible del desembarco porque no dejaron participar a las mujeres. Tiene una frase que resume nuestro trabajo: “yo tiro piedras sobre un estanque, no sé qué efecto producen en él, pero yo, al menos, tiro piedras”

En el acto del 25 aniversario de su “Cirilo” de 1984 en Segovia, el primero que se dio, Manu apareció en el escenario en una silla de ruedas. Dijo: “yo soy la prueba de que todas las batallas se pierden”. El humor es parte esencial de la inteligencia, Y del periodismo.

Heredé el humor británico de mi madre. Un arma de destrucción masiva contra los poderosos, y contra los jefes alfa, porque nunca saben si estás hablando en serio. Yo siempre hablo en serio. Cuando mis jefes alfa lo descubrieron me echaron de El País después de 20 años de ir a guerras. Opté por la vía Manu: no rendirse. La frase favorita de mi madre era de Churchill: “we shall never surrender”. Eran de la misma pasta. No elegí la melancolía ni el rencor, elegí seguir caminando, eso sí, con menos dinero.

Manu murió el 22 de enero de 2014, en víspera de mi cumpleaños. Le di las gracias ante su féretro por haber abierto un camino, por tener una mirada en color en una España en blanco y negro. Y por su honestidad contagiosa. Me prometí dar una vuelta al mundo como la suya, recogida en el libro El camino más corto. Pero aquí sigo, en espera de que pase la pandemia y que acabe la guerra de Putin, y a que mi amigo Bru Rovira, otro errante que merecería este premio, se decida a arrancar su autocaravana en dirección al fin del mundo. Nuestro sueño es recorrer la ruta de la seda.

Estuve por primera vez en Afganistán a finales de 2001. De camino a Kabul por las carreteras de tierra del Hindú Kusk, en medio de la majestuosidad de esas montañas, paramos en un pueblo construido de polvo y pobreza. Compramos dos sandías. Comimos una y media y regalamos la otra mitad a unos hazaras que nos observaban sin expresión. La sorpresa fue que todos se lanzaron a rebañar primero las cortezas. Manu cuenta una escena muy similar en el libro de su viaje alrededor del mundo en 1965. Afganistán era y es un país detenido en el tiempo.

Todos los reporteros somos cazadores solitarios forzados a trabajar en equipo. Sin periodistas en el terreno no existiría la matanza de Bucha, ni Mariupol ni Srebrenica, todo sería propaganda. También la reciente matanza de Nador.

Sin una buena redacción no tendríamos un marco para colgar las perchas. El principal problema al que nos enfrentamos los periodistas es la desaparición de la verdad como centro del debate. Estamos en una sociedad asustada por los cambios tecnológico y social. Muchos periodistas sustituyeron los hechos comprobados por el tráfico. Parece más importante ser trending topic que dar una exclusiva. La sociedad se ha acostumbrado al humo. Twitter no es la realidad. La realidad está en la calle, entre la gente corriente, entre los perdedores y sus historias. La calle se pisa en Ucrania, en las tres mil viviendas de Sevilla, en El Ejido y en Lepe con los migrantes bajo la solana y sin apenas derechos. La calle se pisa en el Congreso. Siempre me pareció peligroso ser periodista de Nacional porque se encuentran cada día con el político que critican.

Este trabajo consiste en tocar las pelotas, en ser incómodos. El respeto te lo ganas con tus informaciones y tus fuentes. Es una carrera muy larga, de varios maratones, en la que lo más importante es la credibilidad. El objetivo es llegar al final como Manu y Enrique Meneses, con el respeto y la admiración de compañeros y ciudadanos.

Un día le dije a José Saramago, sentados en el porche de su casa de Tías, Lanzarote, que el periodista y el escritor pertenecíamos al mismo río, aunque nos bañábamos en orillas diferentes. Me miró en silencio, dejó pasar unos interminables segundos y respondió con calma: “más quisierais los periodistas” Pude defenderme con Hemingway, Kapuściński, Orwell, pero opté por un respetuoso y prudente silencio.

García Márquez, otro que cruzó el río, dijo que este era el mejor oficio del mundo. Y es verdad: llevo en él desde 1975, cuando empecé la facultad y aún me parece increíble que me hayan pagado por viajar y escribir lo que me daba la gana. Trabajar de verdad es estar en el campo o en un andamio. Somos unos privilegiados. Y yo más porque desde ahora mi nombre quedará unido al de Manu Leguineche en el oficio de tirar piedras para que nadie pueda decir que no lo sabía.

Muchas gracias”

Se puede leer aquí el discurso pronunciado por Miguel Ángel Noceda, presidente de la FAPE, con motivo de la entrega del X Premio Internacional de Periodismo “Cátedra Manu Leguineche” a Ramón Lobo

Consulte aquí toda la información sobre el acto de entrega a Ramón Lobo del X Premio Internacional de Periodismo “Cátedra Manu Leguineche”

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