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En la muerte de Rafael de Mendizábal Allende

Obituario, por Luis Martí Mingarro

Mendizábal mensaje dentro

Rafael de Mendizábal Allende, juez, ya no está con nosotros. Nos dejó en la madrugada del pasado sábado y a buen seguro que ya se habrá asentado en ese Olimpo de los jueces que él soñó para O. W. Holmes, el juez de la Corte Suprema de los Estados Unidos al que Rafael admiraba y calificaba como uno de los más grandes jueces de todos los tiempos.

Mendizábal ha sido, y seguirá siendo, un referente para todos cuantos nos honrábamos con su amistad, siempre entrañablemente acogidos y permanentemente admirados de su sabiduría, de su inabarcable horizonte cultural, de su valía profesional y de sus rotundas convicciones éticas.

Como ingresó muy joven en la carrera judicial, con el n.º 1 de su promoción, al final de su carrera ocupó durante diez años el primer puesto del escalafón de la Magistratura, de lo que se sentía muy orgulloso. Dedicó su vida a enaltecer, con su trabajo, su dedicación y su extraordinaria sabiduría y calidad intelectual, a la función judicial. Fue un gran juez digno de estar en esa nómina extraordinaria de los grandes jueces de la historia.

Imposible pormenorizar en estas líneas los momentos estelares de esa trayectoria, pero los textos que compendian la ciencia y la crónica jurídicas están llenos de referencias a sus aportaciones.

Con lenguaje cervantino, desde su presidencia de la Sala Tercera del Tribunal Supremo propuso y alcanzó el objetivo de que la actividad de la Hacienda Pública -y, por tanto, la potestad tributaria- estuvieran también sujetas a las pautas del Estado de derecho. En esa misma línea, con el texto de sus sentencias promovió el rigor conceptual y sistemático necesarios para el tratamiento de la propiedad industrial y añadió modernidad -incluso premonitoria- al derecho ambiental.

En algún paréntesis de su vida judicial sirvió a España aportando toda su calidad moral e intelectual. Subsecretario de Educación, primero; director general de Justicia y luego subsecretario del Ministerio de Justicia, siendo ministro Don Landelino Lavilla, tuvo ocasión de contribuir esencialmente al proceso, históricamente privilegiado, de la transición hacia la democracia.

En tiempos de tanta ilusión, ciertamente difíciles y arriesgados, dio forma a la Ley creadora de la Audiencia Nacional y presidió ese órgano jurisdiccional desde el que fue posible que el modelo de justicia que exige el Estado de derecho presidiera también la solución de la terrible tragedia del terrorismo.

Dos veces presidió la Audiencia Nacional, dando muestra de la entereza que requería aquel desempeño, y, finalmente, desde el Tribunal Supremo pasó al Tribunal Constitucional, donde tuvo oportunidad de contribuir a su difícil misión. Aportó sentencias y votos particulares que los juristas seguimos recordando como emblemáticos. Un magisterio continuado y permanente que ejerció con el orgullo y convicción necesarios y con la aportación de su cultura y de su cordialidad.

Ese magisterio lo prolongó en su vocación por la causa de Iberoamérica. Recorrió los países de aquel continente y, a través de las instituciones de la abogacía y de la justicia, difundió su sentido de la justicia moderna, motivando e ilusionando a los juristas de aquellos países que soñaban con el retorno al Estado de derecho y a las democracias entonces aplastadas por crueles dictaduras. Estado de derecho también para aquellas tierras de cultura compartida.

Son muchos los libros y publicaciones en los que ha dejado su impronta. Gran estilista y consumado observador, ha vertido en toda su obra su extraordinario acervo cultural, dedicando no pocos de sus trabajos a algunas de sus ilusionadas inquietudes. Nunca olvidaba ni su época guineana (desempeñó un papel crucial en la transición hacia la independencia) y en no pocas ocasiones volvía sobre su devoción por el cine como arte de nuestro tiempo con relevante impronta jurídica.

En el rincón sereno de estos años, presidiendo la Comisión de Arbitraje, Quejas y Deontología de la FAPE, ha dado testimonio de su especialísima devoción por la libertad de expresión, acompañando con su magisterio la tarea siempre inacabada de velar por la plena vigencia de esa libertad y de los derechos que comporta.

En sus muchos años de miembro de la Real Academia de Jurisprudencia, y en la serenidad de su ambiente, su figura se ha engrandecido dándonos la ocasión de compartir tantos y tan altos valores como le adornaban.

Por todas esas cosas y por muchas más, le debemos gratitud y su recuerdo permanecerá siempre en nuestros corazones.

Luis Martí Mingarro

Vocal de la Comisión de Arbitraje, Quejas y Deontología del Periodismo

 

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