El sector periodístico atraviesa una durísima crisis en nuestro país, situado en una encrucijada sin fácil salida, a la busca de un lugar en el nuevo mundo de la comunicación. Y diciendo “nuevo” nos quedamos cortos, podríamos decir “viejo” porque la transformación es tan rápida que seguramente lo que hoy, a la hora de dictar esta conferencia, consideramos un paradigma de la información, dentro de 20 minutos puede haber cambiado radicalmente, obligándonos a abrir un debate distinto.
La crisis es una combinación de crisis y no tenemos, por el momento, las respuestas a cómo se sale de ella, aunque sí podemos avanzar algunas certezas. Y la primera, desde mi punto de vista, es que de la crisis del periodismo se sale con más periodismo y más apegado a los valores de siempre.
Nos hemos entretenido en los últimos años en dilucidar si el papel desaparece o no, si es válido o no el periodismo ciudadano, si las redacciones tienen que ser integradas o no, que nos hemos olvidado del periodismo, de hacer periodismo del bueno, de ese que ayuda a cambiar las cosas.
Para un periodista, el principio fundamental es buscar la verdad y contarla. Otros elementos de primer orden son la verificación de los hechos, el buen uso de las fuentes, mantener la independencia con respecto a aquellos de quienes informa, ejercer un control independiente del poder, la ponderación de los derechos de los demás, la clara distinción entre las opiniones y los hechos. Son principios elementales que estamos marginando y ese olvido es una de las causas de la crisis de credibilidad y de prestigio de los medios.
De hecho nuestra crisis sobrevive en un medio ambiente periodístico contaminado, en el que el espectáculo y la banalización pintan la información con el mismo color negro de la marea del Prestige, y en el que algunos colegas parecen más propagandistas de los partidos que periodistas, apuntados al recurso de “dar caña”, que consiste en, como escribió en El País Fernando Savater, “proferir enormidades truculentas e insultantes que acogoten sin miramientos al personaje público detestado, sea del Gobierno o de la oposición”.
Brotan como hongos los editores de medio pelaje con ofertas de trabajo sin remuneración, y los que antes eran editores de verdad optan por abaratar el periodismo y desmantelan las redacciones sin respetar historiales, experiencias y talento.
Crece la falta de comprobación de los hechos, abunda la difusión de rumores que se tratan de colar como noticias, y se justifica el pago de entrevistas televisivas a delincuentes o allegados. La información nunca puede tratarse como si fuera una mercancía. La televisión debería de ser muy cuidadosa en sus programas porque su influencia en los ciudadanos es muy grande. Presentar como periodistas a quienes no lo son, hace creer a la gente que cualquiera puede ser periodista. Asombra escuchar a algunos de estos intrusos hablar de “fuentes” cuando lo que afirman o de lo que presumen, no resistirían la menor prueba ética.
Los poderes, ya sean políticos o económicos, miran este panorama con la satisfacción de quien sabe que en este entorno será muy fácil colocar desinformación y propaganda. Los gobernantes se sienten tan fuertes que se niegan a responder a las preguntas y se protegen bajo el caparazón de los eufemismos, llamando a los recortes, ahorros; a la amnistía fiscal, regularización de rentas y activos; a las subidas del transporte público, modificación tarifaria. Por su parte los editores convierten los despidos y los ERES en “planes de eficiencia operativa”.
Este último “eufemismo” ha costado, desde noviembre de 2008 hasta hoy, 10.400 pérdidas de empleo en el sector periodístico, según los datos del Observatorio de la Crisis de la FAPE-APM. Decenas de medios han cerrado y otros han sido clausurados por los mismos políticos que los convirtieron en instrumentos de propaganda, como es el caso del canal autonómico valenciano. Y Telemadrid sobrevive bajo la misma amenaza de cierre.
Culminados los despidos, echado el cierre, ¿cuál es la salida adecuada en este cruce de destinos, con calles que podrían bautizarse como “pocas certezas”, “bastantes incertidumbres” y “muchas contradicciones”?
Desde mi punto de vista no hay contradicción mayor que sostener que el futuro está en el periodismo de calidad -por supuesto que está ahí la clave- y al mismo tiempo despedir a los periodistas más experimentados y con mejores fuentes, en los que, paradójicamente, el propio medio invirtió para que alcanzaran el mayor nivel de preparación, consciente de que su talento contribuiría decisivamente al éxito de la empresa. Es decir, lo que se expulsa es talento cuando más se necesita para jerarquizar la información y distinguir lo bueno de lo malo en la avalancha de noticias instantáneas que nos atosiga y cuyo ruido puede conducirnos a tomar decisiones erróneas.
Seguramente no es ajeno a esta sangría el hecho de que en los últimos años hayamos registrado una cadena de pifias periodísticas. Esos periodistas experimentados que han sido expulsados de las redacciones tenían en sus genes profesionales la disciplina de la verificación muy arraigada. Y esta disciplina es hoy más importante que nunca para abordar, sin riesgo de naufragio, el caudal informativo que nos llega.
Medios prestigiosos han caído en la trampa que tienden a diario las redes con su apabullante avalancha informativa. Las redes son una fuente inmensa de información, pero nos tientan con la pereza y con los atajos. Damos confianza a fuentes poco fiables que antes desechábamos y se abandonan las buenas historias de un día para otro cediendo a una actualidad más pobre pero más barata. Porque es más barato y lleva menos tiempo cortar y pegar que elaborar una información propia.
Nuestra profesión vive una crisis sin precedentes. Y sin embargo, miles de universitarios aspiran a ser periodistas algún día. ¿Qué tiene esta profesión para alentarlos a invertir un mínimo de cuatro años en sacar la licenciatura, pese a que saben que el trabajo escasea, la remuneración, cuando la hay, es cada vez más baja y los horarios son a veces interminables con la consiguiente repercusión negativa en la conciliación de la vida laboral y familiar?
Cada vez que hablamos de nuestra profesión, solemos recurrir a Gabriel García Márquez para mencionar su afirmación de que el periodismo es “el oficio más bonito del mundo”.
Desconozco en qué contexto hizo el gran novelista colombiano esta proclamación casi de fe en el periodismo, pero seguramente aludía a lo que puedes disfrutar escribiendo y, sobre todo, a la posibilidad de que lo que escribes ayude a construir un mundo mejor.
Mario Vargas Llosa llega más lejos y dice que el periodismo “puede ser también una de las bellas artes y producir obras de alta valía sin renunciar para nada a su obligación primordial, que es informar”.
Para ser el oficio más bonito, el periodismo dispone de un amplio catálogo de guiños seductores: contar noticias que marcan la vida diaria de las personas, destapar lo que quieren ocultarnos los poderes, relatar las penalidades de los emigrantes que llegan exhaustos a nuestras playas en busca de una vida mejor, entrevistar a un Premio Nobel o a una estrella del cine o del fútbol, a personajes que han contribuido a tu formación profesional o que han llenado tus sueños, viajar y plantarte en el lugar de los hechos para contar la realidad de lo que ocurre, creer en algún momento que tu denuncia de los abusos ayuda a reforzar la democracia y la confianza de los ciudadanos en ella.
Y el broche de oro de este poder seductor es la emoción que te embarga cuando ves publicado algo que has fabricado con pasión y con mimo. Porque este oficio requiere muchas dosis de pasión. Y de paciencia.
En muchas ocasiones, la paciencia suele ir acompañada de valor. Y se requiere mucho para seguir haciendo periodismo. Por ejemplo, en México, donde varios periodistas que trabajan en las zonas donde operan las mafias han pagado con su vida la pasión de hacer periodismo. Y en la guerra en Siria, donde el fallecimiento de decenas de periodistas no impide que sigan llegando informadores a contar lo que está pasando. Uno de nuestros colegas, Marc Marginedas, de El Periódico de Cataluña, lleva secuestrado desde el pasado 8 de septiembre. Un recuerdo de ánimo para él y de homenaje a los 83 periodistas que fallecieron en 2012 en todo el mundo ejerciendo este oficio.
Las crisis suelen sacar lo mejor y lo peor de las personas. Y la necesidad puede animar a embarcarse en proyectos que antes no nos hubiéramos planteado. Nunca se había hablado más de periodismo que ahora. Por eso nada hay más absurdo que sostener que el periodismo ha muerto. Está débil, sí, pero sobrevive. Y fundamentalmente gracias a los periodistas y a los que aspiran a serlo.
Han surgido editores que con esfuerzo y vocación periodística lanzan publicaciones innovadoras y cuentan para ello con periodistas entusiastas a los que pagan puntualmente. Poco, pero pagan. Otros proyectos nacen de los propios periodistas en paro o recién expulsados del mercado de ¿trabajo?
El periodismo siempre ha sido innovador, pero nunca como ahora los periodistas han tomado las riendas de su destino profesional. Decenas de medios están surgiendo gracias a las facilidades que ofrece Internet. Recurren a nuevas modalidades de financiación y tratan de salir adelante con ilusión. Hay una ebullición de ideas y los periodistas, jóvenes y veteranos, unen sus talentos para demostrar que no nos refugiamos en la mala suerte, que no nos conformamos. Estamos en paro, pero no estamos parados.
Al amparo de la crisis, han surgido también estafadores, como venimos denunciando en la campaña de la APM “gratisnotrabajo”, ampliada por la FAPE a toda España. La iniciativa derivó de las denuncias de periodistas que buscaban trabajo y que se tropezaron con ofertas indignantes en los portales de empleo. La mayoría de estos “empleos” pretendían una vuelta al esclavismo, ya que no estaban remunerados.
Yo entiendo la desesperación de los recién licenciados en periodismo por ver publicados sus creaciones, pero tienen que saber que tales ofertas no son de trabajo, porque trabajar gratis no es trabajar. Es pura explotación.
Billy Wilder hizo decir a Kirk Douglas en la película “El gran carnaval”: “Soy un periodista de 250 dólares a la semana. Se me puede contratar por 50. Conozco los periódicos por delante y por detrás, de arriba abajo. Sé escribirlos, publicarlos, imprimirlos, empaquetarlos y venderlos. Puedo encargarme de las grandes noticias y de las pequeñas. Y si no hay noticias, salgo a la calle y muerdo a un perro. Dejémoslo en 45 dólares”.
Eso se llama pasión periodística pero nunca a cualquier precio. Quien quiere contar con periodistas sin remuneración o con salarios humillantes, no está haciendo periodismo.
La proliferación de estas ofertas parece confirmar que ha calado la idea de que a un periodista se le puede contratar por cero salario. Creo que buena parte de culpa la tenemos nosotros, que hemos dejado avanzar esa idea sin reaccionar con la dureza que se merece. Lo gratuito nos está haciendo mucho daño. Los ciudadanos tienen que saber que la información tiene un coste, y a veces muy elevado, por lo que las noticias tendrían que ser un valor en alza, no una prenda de mercadillo.
El periodista tiene que ser dignamente pagado porque, entre otras cosas, es un profesional que trata derechos básicos de los ciudadanos, como los de la libertad de expresión y de información
Y para cumplir esa expectativa, ese anhelo de información que necesitan los ciudadanos para ser libres, el periodista está sujeto a unos códigos deontológicos, cuyo respeto es el que le dará credibilidad y prestigio. Y son códigos que valen para todas las formas de hacer periodismo, ya sea en papel, en las ondas o en Internet.
El presente es digital, pero, cuidado, no nos creamos que este nuevo paradigma de la información tiene barra libre como sostienen algunos, que puede saltarse las reglas éticas y deontológicas. La ética es la misma para todos. Sin un periodismo ético y responsable, no hay medio de comunicación que sobreviva con prestigio y credibilidad. El “News of the World” de Murdoch cavó su propia tumba al ultrapasar todas las barreras éticas empleando métodos delictivos en la obtención de la información.
Dice Carl Bernstein que en muchos sentidos, la web es una plataforma mejor para hacer periodismo, pero precisa que lo más importante es mantener los valores que han hecho grandes a muchos medios. Valores como la selección de las noticias, la imparcialidad, la valentía y combinarlos con las nuevas tecnologías.
La red ha ensanchado el espacio para hacer periodismo. Hay espacio para la presentación de proyectos innovadores. Hay que probar y si se falla, volver a probar. Hay vocación de hacer periodismo. Costará más esfuerzo que antes del estallido de la crisis, pero no penséis que en la época de la bonanza había trabajo para todos. Ni mucho menos. Esta es una profesión que ya arrastraba mucho desempleo, pero es una profesión llena de ideas y de talento. Y la Universidad tendría que ser un laboratorio permanente de ideas, un lugar donde se enseñen los elementos del periodismo y la forma de convertirlos en proyectos periodísticos solventes. Hay lugar para la aventura, pero antes hay que conocer bien los riesgos.
¿Cómo ser periodista y no morir en el intento?. Mi respuesta es sencilla: si mantenemos la pasión, la lealtad al ciudadano y respetamos los códigos éticos y deontológicos, podremos asegurar sin titubeos que somos periodistas y estamos vivos, muy vivos.