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Ha muerto José Manuel González Torga. Un periodista al servicio de la verdad

Escribe Elsa González, presidenta de la FAPE
Un Periodista riguroso y al servicio de la verdad. Así era José Manuel González Torga.
Fuimos compañeros de despacho en el CEU, junto al maestro Arruti. Ambos competían en sabiduría y memoria. Dirigió mi tesis doctoral. Recuerdo cómo me invitó a que yo misma rompiera los folios con mi primer capítulo. No estaba a mi altura me dijo. Con su esfuerzo conseguí la máxima nota

torga-nuevaPresenté su último libro, El Periodismo en el laberinto, junto a la decana de Ciencias de la Información de la Complutense, Carmen Pérez de Armiñán, y a Ramón-Darío Molinary, presidente de la Asociación de Corresponsales de Prensa Extranjera. El texto constituye un análisis inteligente y concienzudo que nos ayuda a entender la nueva Sociedad de la Información. Se lo dedicó a su mujer, Mª Purificacion. Médico y vital en su vida.

González Torga fue un teórico de la información, de verbo rico y culto. Un hombre de carácter, cultivado, y trabajador ingente, minucioso y detallado. Consideraba que, en la actualidad,  la crisis ética era la más grave de todas.

Un leonés erudito, dotado para el mundo académico, pero con vocación de periodismo de calle que no abandonó nunca.

Trabajó en el diario Hoy de Extremadura, en Nuevo Diario, Rtve, profesor en Lisboa, la Universidad San Pablo CEU.

Y hasta hace unos meses, presidente de la Asociación de Periodistas Iberoamericanos.

Descanse en paz.

A JOSÉ MANUEL GONZÁLEZ TORGA “IN MEMÓRIAM”, POR M. JULIA GONZÁLEZ CONDE

Hoy llueve en los suburbios de este otoño

cuando pinto su huella en mis cristales.

Dibujo su latido en cada trazo,

y su hueco se hunde en mi garganta.

Hablar de José Manuel González Torga, o simplemente de Torga como le gustaba que le llamáramos, quizá para evocar a la madre que perdió tan pronto, es anunciar  la esencia y presencia de una de las personas más instruidas, eruditas, honestas y sinceras que yo he  tenido  la suerte y el grandísimo placer de conocer. Su formalismo elegante, su elocuencia culta y su indiscutible inteligencia frenaban, en cierta medida, la naturalidad que podía improvisarse con él, en  alguno de sus encuentros fortuitos. Lo sabía todo, datos, señas, fórmulas, legados, identidades… Lo recogía casi todo, citas de autores, libros selectos o manuscritos antiguos. Cuando entré por primera vez en su casa de Galapagar descubrí esta afición secreta y su devoción por  los libros. Cada uno de sus rincones, estantes, mesas y librerías daban fe de la inmensa curiosidad bibliófila de su propietario.  Era realmente culto, peligrosamente culto, diría yo. Su afán de saber, de conocer, de indagar cada uno de  los recovecos de sus frecuentes investigaciones le hacían un ser independiente y solitario, a pesar de su familia numerosa.

Sin embargo, no quisiera referirme a su logro profesional y académico porque seguro que de eso hablarán otras personas, incluso sin  ser amigas, pero yo, en estos momentos tan tristes por el anuncio de su muerte, sólo quiero referirme al Torga amigo, compañero y maestro. Recordarle en el comedor de mi casa, con Purita, la doctora Porro, su fiel esposa, dedicada madre y apoyo continuo. Mi doctora, de niña, a la que siempre agradeceré haber servido de piedra angular y enlace con el Periodista.

La verdad es que todo fue gracias al azar. Cómo saber que mi nombre y primer apellido era idéntico al de su hija o cómo descubrir que mi único trabajo de prácticas, en Periodismo, fue en la redacción de la revista  “Ecología y sociedad” dirigida por el periodista de Televisión Española,  González Torga, o cómo sospechar que tras unos años de  distanciamiento iba a reunirme con mi tocaya, Julia, en RNE, y más tarde, volver a reencontrarme con él mismo, en la Universidad CEU-San Pablo-como compañera, bajo su tutela, y que además formaría parte del Tribunal de mi tesis doctoral.  

Hablar de la figura de José Manuel González Torga es decir muy poco, si no se recurre al Torga humano. Porque hablar de Torga es ennoblecer su tierra leonesa, es añorar su conversación, hundirse en su voz impostada y profunda, enamorarse de su maravillosa  pluma o deleitarse con sus relatos. Pensar en Torga es sentirse arropada por su amistad  y pedirle disculpas por no haber disfrutado más de su presencia.

Es verdad que cuando alguien se muere, solemos ensalzarle con recurrentes halagos, a veces inmerecidos, por eso, no quiero  hablar más de Torga ahora que ya no está con nosotros, porque seguro que los que le conocieron y quisieron lo saben. Ahora que ya no está aquí, le imagino en  un sitio apartado, y vigilándonos desde lo más alto.

Querido Torga, como sabes, nuestro adiós es un “ya nos volveremos a ver”,  y esta vez en otro espacio, donde  tú ya habitas,  y  desde donde,  de nuevo,  me podrás descubrir el mundo de nuestro Sueño.   Allí estaré, Maestro.

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